Al son de un café

Columnistas

Por Jaime Alberto Palacio Escobar*
Al inicio de la mañana, los citados a las audiencias de los juzgados son los primeros clientes que llegan al bar -adyacente a su sede-, ávidos de un café. Se congregan los interesados que esperan que se obtenga una noticia positiva en la audiencia penal, los demandantes en el área laboral que ansían un fallo favorable e, incluso, los sindicalistas que, en grupo, presionan con una fuerte pretensión frente al patrono. Todos en función de lo que va a pasar en cada despacho durante varias horas.
Al salir, las caras dicen todo: la desazón de unos que no lograron que el detenido saliera libre y a los que les favoreció el fallo laboral, vuelven hasta con ganas de un café con ron. Así es la rutina todos los días: en ese bar se alimentan las esperanzas en el favorecimiento de la justicia y se lamentan sobre la inequidad del sistema en el que desconfían con improperios.

El pulso político
Entre unas horas y las otras, llegan también por su café todos los interesados en la sesión rutinaria del Concejo Municipal. Al escuchar sus conversaciones, se puede sentir lo que seguramente pasará en las deliberaciones en el recinto. El acuerdo, la proposición aprobada, la negada, el control político, son los temas que por las mesas circulan al salir de la sesión. Una efervescencia política que, quien se detenga a apreciarla, puede experimentar “el tono” de la vida política en el municipio.
A lo largo del día, asiduos y transeúntes también se sientan a degustar un café. Toda suerte de ciudadanos: pensionados, independientes, visitantes a una dependencia del gobierno, en fin, aquellos que se congregan casi siempre a hablar de lo mismo: el fútbol, el debate electoral, los recién muertos, la inseguridad local, el costo de vida, la corrupción política, algo de literatura. Conversaciones variopintas llenan el ambiente de un sabor con mezcla de pintoresco, sentir ciudadano, necesidad de información o, por lo menos, de conversación.

Anhelos y amor
Quizás lo más atractivo en ese bar tradicional llamado Los Cuyos, situado en el corazón del “pasaje de la Alcaldía”, es la presencia de visitantes a la cárcel el fin de semana. Papás, esposas, novias, hijos, con bolsas de comida y ropa, expectativa y, sobre todo, mucho amor, estimulan el deseo de ver al familiar, con un café y un cigarrillo, a veces también matizan la ansiedad con “uno doble”. Antes y después del encuentro los otros clientes perciben como propios todos los sentimientos que se refrescan en cada visita familiar semanal. Ni que decir de las que van a la cita conyugal, supone quien las observa, que en ese instante con la pareja se va la vida misma.
Hay barrios, calles, bares, parques que recogen el fragor del sentimiento popular. Es la cultura ciudadana en vivo llena de energía que se activa, permea y potencia, entre otras, al son de un café. Difícil encontrar otro sitio mejor que Los Cuyos para medirle el pulso a Envigado.

*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012) y Envigadeñas (2021). Colaborador habitual del periódico Órbita y la revista La Vitrola, publicaciones de Envigado.

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