El espíritu de los bares

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Por Jaime Alberto Palacio Escobar*
Foto Portada: La Yuca, ya demolido. Foto de la colección de Gonzalo Santamaría.

En el libro del crítico de cine y escritor Orlando Mora “La música que es como la vida” (Mora, Orlando. La música que es como la vida. Ediciones Unaula, 2023. 172 páginas.), me encontré estas dos afirmaciones: “Los cafés fueron escuelas de vida y de música y cada uno tenía líneas musicales propias que los hacían inconfundibles” (pág.37); “el café es el sitio público de encuentro con los amigos y también el último refugio de los desamparados náufragos que llegaban cualquier noche y desde un oscuro rincón bebían y escuchaban canciones, lenta y silenciosamente como si miraran hacia muy adentro” (pág 37). Al leerlos pude encontrar la respuesta a una pregunta que desde hace rato me inquieta. ¿Por qué unos van a un bar y otros a otro?; ¿Qué hace que un ciudadano se detenga en este y no en el de la calle del frente? El escritor Mora nos recuerda: en el café se reciben lecciones de vida, hay conexión con la íntima música del que allí se sienta, encuentro con los amigos para conversaciones al infinito, lugar para mirarse muy adentro de cada ser. Maravillosas apreciaciones para modelar mi búsqueda y para encuadrar los verdaderos motivadores en el encuentro de cada uno consigo mismo en el bar (café lo llama el escritor).

Aspecto actual del Bar Atlenal

El encanto de los bares
Antes de leer ese texto ya les había preguntado a varios envigadeños y amigos sobre lo mismo y, de ellos, obtuve entre otras, estas respuestas: “conexión del público con la propuesta estética de cada espacio, encuentro con los amigos, vecinos silenciosos y amigables”, “la música, la atención y la clientela”, “lugar de encuentro con los amigos”, “un sitio de encuentro para conocer gente y hacer amigos”. Entre una y otra afirmación hay constantes: la fuerza de la música que se ofrece, espacio para el diálogo y la conversación, ambiente propicio para el encuentro de cada ser con él mismo. Quisiera quedarme en esas realidades para tratar de interpretar la cuestión que me ha rondado: ¿cuál es el espíritu de un bar?
Para avanzar invertí el método. Les pregunté a varios lugareños por los bares más representativos en el pasado y, desde ahí, encontrar el espíritu de cada uno. No fue muy difícil la conjunción de gustos. Los más representativos y su vocación según los interrogados han sido:

  • El Atlenal: del gusto de los tangófilos por su amplio repertorio. Destacado por su orden y aseo a lo largo del tiempo.
  • La Yuca: música antigua y cantantes líricos con interpretaciones populares. Un lugar para el encuentro intergeneracional.
  • El Aventino: Tangos y billares. Del gusto de los empleados de las empresas asentadas en el municipio.
  • Las Nubes: el bar de los deportistas. Muy atractivo para operarios de fábricas que lo frecuentaban a la salida del turno.
  • Músico Bar: El preferido por los coleccionistas de música popular antigua. Exquisito repertorio.
  • El Avenida: el bar de los negociantes. Mucho tango arrabalero.
  • El Bajo Belgrano: Preferido por los futbolistas. Tangos y buen repertorio de la Sonora Matancera.

El tango
Aunque Envigado ha sido un municipio aficionado al tango, sorprende, además, que estuviera tan presente en la oferta musical y en la preferencia de los clientes. De nuevo Orlando Mora ilustra esta evidencia desde sus propios hallazgos: “Dónde estarán los que fueron compañeros/ mi amor primero mi claro anochecer/ y ese silbido llamado de la esquina/ hacia el calor de aquel viejo café”, son versos de “un tango y nada más” en la voz de Julio Martel. En ellos, hay un llamado a que la música – y en este caso el tango- sea el motivo para congregar a unos y otros en el bar (pág 36), ese género musical para “dejar enredados en ellos penas de guapos lejanos” (pág 32).
Dos bares de esas épocas merecen unas consideraciones especiales: El Real, donde estaba el encanto de lo prohibido para los jóvenes. Allí, el juego en variadas expresiones era el máximo atractivo para la juventud que, por su edad, no podía ingresar. El otro fue Otraparte, un bar situado en el marco del parque principal de Envigado, fruto de un propósito cultural de un grupo de envigadeños que quisieron hacer del lugar el mejor para la palabra escrita, el diálogo y la conversación. Se decía que se tuvo la aquiescencia del maestro Fernando González para el nombre. De ese formato clásico y tradicional se conservan pocos: para resaltar La Cabaña del Recuerdo, las Quince Letras, el Pájaro Loco y el de los Tamayo en Alcalá.
Como fuere, del bar a la heladería, la taberna, la discoteca y los lugares de encuentro de hoy, la necesidad de conversar, buscar lo común a muchos e, incluso, la mesa del fondo para estar solos, resulta de un espíritu que nos llama y nos convoca. Estar en un lugar de esos no es un lujo, es, a lo mejor, la oportunidad para recordarle a esta sociedad solitaria que en un bar siempre habrá espacio para recordar con los amigos, que la música y la vida, al final de cuentas, son la misma cosa.

*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012) y Envigadeñas (2021). Colaborador habitual de la revista La Vitrola y de El Envigadeño Medio de Comunicación, publicaciones de Envigado.

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