Por Jaime Alberto Palacio Escobar*
Fotos y foto portada (sector de Primavera) tomadas del portal del Centro de Historia de Envigado.
En varias ocasiones mis amigos “trompo” y “cacho” me habían invitado al estadio para ver al Envigado Fútbol Club, en la tarde de un día del fin de semana, nunca les acepté. Hace algunos domingos, sin saber exactamente porqué, me fui solo a verlo jugar contra el América de Cali. Como cualquier hincha, en ropa deportiva, me ubiqué en la tribuna oriental al otro lado de la barra de los hinchas caleños e, incluso, de los aficionados al local; como fútbol es fútbol, a pesar de que el partido fue malo, disfruté volver a las graderías. Sentí un buen susto al ver que, por efecto del empate de Envigado sobre el final, los hinchas del visitante se molestaron y, hasta se “calentaron”. Como pudimos, salimos varios que estábamos en un plan parecido al mío.
Los viejos tiempos
Tomé las Vegas hacia el norte y volteé hacia el barrio Primavera, el aledaño al complejo deportivo; un poco más al oriente llegué a una glorieta y giré hacia la unidad de apartamentos Milán y, ahí cerca, me encontré con la entrada a la calle Bandera Roja. Hace varias décadas era casi imposible pasar desprevenidamente por ahí, so pena de quedar entrampado en una pelea callejera. Hoy es una calle de gran circulación y mucho comercio. Pasé por la casa de Adán Diossa. el técnico de fútbol, que lindaba con una cantina a donde sólo entraban guapos. Miré con detenimiento el local, hoy convertido en un taller e, intenté visualizar esas tardes que, para los asiduos, debieron haber sido memorables. De ellas sólo tengo la maravillosa crónica escrita sobre ese barrio por el periodista Reinaldo Spitaletta. Mucho guaro, muchas agrias, quién sabe qué más, la Sonora Matancera y peleas encendidas con una sola mirada mal recibida por otro guapo, eran suficientes para mantener la identidad de esa cuadra en la que parece que se hubiera escrito el tema de salsa “Soy Guapo de verdad”, en versión de Pacheco y su Charanga. Seguí caminando con la certeza que lo que sé de Bandera Roja fue por el recuento de otros, un lugar del que muchos hablaron.
Una aparición
Al pasar por el cementerio municipal, vi de lejos la imponente escultura del Señor Resucitado del reconocido escultor don Pablo Estrada. Ahí extasiado recordé una historia tradicional en Envigado que tiene todo para ser leyenda en la que se decía que Cristo se le apareció al escultor y le dijo: “dónde me has visto que me hiciste tan perfecto”. Al lado del cementerio hay un centro de detención transitoria de la policía, otrora fue la morgue y muchos años más atrás el bar La Última Lágrima, del que salió una espléndida novela del escritor John Saldarriaga llamada Juana la Enterradora. Me detuve ahí para tratar de escuchar a uno de los novios de Juana, que cantaba como Javier Solís, o por lo menos escuchar del traganíquel al Enterrador, pieza preferida por los deudos de tantos y tantos muertos que allí llevaban todos los días. No fue fácil visualizar ese pasado del que algo recuerdo, por la interferencia de un policía desconfiado que me espantó de ahí hasta con amenazas. Atrás quedó la magia del recuerdo, afortunadamente bien evocada por el escritor Saldarriaga.
La Señorial
Con mucha risa que los transeúntes no entendían me paré a la entrada del barrio Alcalá donde hubo una famosa heladería llamada La Señorial en la década de los setenta y ochenta. En esa esquina recordé que, una que otra noche de los viernes de 1976, esperábamos al profe Elkin que venía de visitar a su novia y pasaba por allí para invitarlo a una fría y tratar de “jalarle” información sobre los puntos del examen del día siguiente; al recordar que él entre sorbos apenas se reía, yo hice lo mismo 48 años después apenado por nuestro derroche de ingenuidad y osadía.
Al llegar a la esquina de la calle del talego – hoy barrio Andalucía-, recordé hasta con nostalgia un maravilloso tertuliadero llamado “La Cuchilla Club”, aunque el registro decía tienda Mixta San Francisco. Los hermanos Acosta eran unos excelentes anfitriones en un sitio en el que se escuchaban boleros, tangos y música latinoamericana. Lo mejor del bar era que siempre había con quien conversar en un momento en el que los jóvenes teníamos más preguntas que respuestas.
Otras propuestas
En el corazón del mismo barrio Andalucía vivimos de lejos – por lo menos yo en plena adolescencia- una experiencia memorable de la que muchos se acuerdan. En una esquina donde hoy hay un almacén de pinturas estuvo la famosa discoteca “La Naranja Mecánica”. Sin lugar a dudas ese lugar cambió la costumbre de la recreación nocturna de Envigado por la propuesta musical, las bebidas, el público de Medellín muy distinto al que iba al parque principal a buscar serenateros, los vehículos de marcas poco conocidas y las sensaciones inusuales por efecto de nuevas experiencias de consumo. Fue toda uno novedad en aquellas décadas, a la altura de las discotecas famosas, ubicadas en la avenida San Diego.
Por fin llegué a mi apartamento, desde el balcón vi de lejos las luces del estadio, me congratulé con la experiencia de volver a fotografiar sin cámara el pasado. Concluí que eso lo puedo seguir haciendo, sin necesidad de ir a fútbol y menos solo.
*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012); Envigadeñas (2021) y 150 años después –Julio Vives Guerra-. Colaborador habitual de la revista La Vitrola y de El Envigadeño Medio de Comunicación, publicaciones de Envigado.
Excelente relato , pala.
Gracias por su comentario. Realmente, como medio de comunicación, somos muy afortunados en contar con Jaime Palacio Escobar entre nuestros columnistas, es una gran pluma.