En la memoria de todos

Columnistas Opinión

Por Jaime Alberto Palacio Escobar*

Fotos Cortesía
Como tantas veces en mi vida, salí en días pasados de La Magnolia –mi barrio de la infancia y la adolescencia- a caminar hacia el parque principal de Envigado. Ese barrio sigue siendo parte de mi todo y, en muchas ocasiones, fuente de inspiración para mis búsquedas literarias. Al pasar por la Escuela Marceliano Vélez miré los locales de la otra calzada y me llegó una imagen como en una película de un canal retro: la sastrería y peluquería de Don Justo Ramírez. Llegó de Fredonia al municipio para ejercer el doble oficio, es decir, siempre estaba ocupado. Lo recuerdo aquí por su don de gentes, su bonhomía, su amistad con todos, su trato servicial, sus historias y su risa permanente. Inolvidable una de sus frases célebres en el trabajo como sastre al tomar las medidas del tiro para un pantalón: “pa’ qué lado carga el joven.”

Jairo Montoya, con su esposa el día del matrimonio.

Jairito
Entre una y otra sonrisa por el recuerdo de mi vecino, llegué a la antigua Calle del Palo -hoy Calle 36 Sur-. Ahí estaba en la puerta de su casa Jairo Montoya Arango, llamado por todos Jairito, creo que le decían así por el cariño que tantos amigos le profesaban por su buen genio y humor. Hijo de Miguel y Carolina, familia propietaria de la Fábrica de Bocadillos Ochoa. Jairito trabajó en ella y, con los años, llegó a trabajar en el Tránsito de Envigado, donde se jubiló. Cómo olvidarlo con su delantal largo, su permanente risa y sus chanzas a los usuarios de sus servicios como gestor.
Al instante pasó por allí mismo camino a su casa Don Alberto Álvarez, como siempre, de saco, sombrero oscuro y un periódico debajo del brazo. Servidor público en el Municipio de Medellín y a la comunidad de Envigado desde la Sociedad de Mejoras Públicas -miembro emérito-, la Sociedad de San Vicente de Paúl y la Sociedad de Jesús de la Buena Esperanza. Como tenía tanto para decir escribió crónicas en el periódico “Ecos de Envigado”, además fue exaltado como Envigadeño Ejemplar. Hubiera sido maravilloso que la distinción dijera: verdadero patriarca.

Alberto Alvarez

Jotace
En la esquina del garaje de los Ángel Tamayo, en la misma calle, logré apreciar al bien recordado “Jotace”, don José Arcenio Cañas. Un emprendedor nato que articuló varias habilidades técnicas para desarrollar un proyecto empresarial de gran complejidad y alcance: Industrias JOTACE. Allí se fabricaban sillas de peluquería hidráulicas, únicas en el país. Como otros envigadeños solidarios hizo parte de la Sociedad de Mejoras Públicas, además dejó un gran legado: algunos de sus hijos han sido cultores de las artes y la historia con grandes aportes a la comunidad.
En la esquina del hogar geriátrico alcancé a ver a Juan Manuel “Sugar” Ortiz, famoso futbolista profesional de los años ochenta, venía del Barrio Los Naranjos. Todo fue tan rápido que ningún recuerdo me quedó de él.
Llegué al Monumento a la Madre y pasé por el local que otrora fue la ebanistería de don Alfonso Carmona “Calígula”. Artista de la madera como pocos. Varias de las andas de los pasos del Viacrucis fueron hechas por él, de resaltar en ellas las incrustaciones con hermosas tallas. Siempre a su lado estaba el taponador “Chutana”. Lo mejor de ir al lugar era verlo trabajar mientras cantaba como si fuera el tenor lírico Alfonso Ortiz Tirado, su timbre de voz y su interpretación eran idénticas. Se cuenta que el tenor lo escuchó cantar en La Puerta del Sol y se quedó asombrado.

José Arcenio Cañas

El sastre mayor
Ahí cerca vi a otro gran señor envigadeño, la sola figura los denotaba como un respetable patriarca: alto, de cabello blanco, un pantalón negro, camisa blanca y delantal caqui era la acostumbrada vestimenta de don Julio Giraldo el sastre mayor. Discreto, prudente, amable. Admirable señor.
Seguí mi camino hacia la Escuela Fernando González y al frente, donde terminaba la Calle Guanteros estaba don Félix Palacio conversando en el portón de su casa con su hijo Luis -el primer odontólogo graduado en universidad que hubo en el municipio-. En esa casa también vivía otro de sus hijos, Gildardo, el coleccionista de música popular antigua, al que los escritores John Saldarriaga, Reinaldo Spitaletta y Ana Isabel Rivera, llamaron el murciélago mayor de esa casa venida a menos con el tiempo. Don Félix, tamesino, llegó a Envigado luego de trabajar en la construcción de la Catedral de Villanueva. Trabajó en fábricas de zapatos y en Reysol llegó a ser su dueño. Líder cívico reconocido, entre otras cosas, por ser uno de los directores de la construcción del magno proyecto de la Iglesia de San José.

Félix Palacio

Gratos recuerdos
Al bajar por Guanteros logré ver a don Gabriel Ramírez, padre de una numerosa familia envigadeña. De una extraordinaria habilidad para oficios manuales y técnicos, un todero que también veía la vida como un todo. En su visión no estaban las discriminaciones, exclusiones, enemistades, soberbias. Así como todo cabía en sus manos, mucho más en su ser.
En el parque principal de nuevo, identifiqué dos personajes de toda la estirpe envigadeña: Severiano Garcés Londoño, de quien recordé un gesto solidario inigualable. En el incendio de la esquina del parque, por allá por los años setenta, a su primo Luis Carlos se le quemó un almacén de abarrotes. Al otro día, Severiano le entregó las llaves de su prospero almacén y le dijo:”toma mi negocio, tenés familia para levantar, yo no.” Mientras lo veía con su caminado como si fuera Chaplin, sonaron las campanas de la Iglesia Santa Gertrudis en el clásico estilo de Félix. Al momento se acercó y me dijo lo mismo que a todos con los que se encontraba: “un peso para la torta”, “jala la tetilla”. Un día Félix no llegó a tañer las campanas y, desde ese momento, nunca volvieron a sonar igual.
Al regresar a mi casa esa película en canal retro dejó de mostrar gratísimos recuerdos de ejemplares envigadeños. Volverán a aparecer cuando haga un periplo por otros barrios. Seguro que lo haré.

Gabriel Ramírez
Gabriel Ramírez

*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012); Envigadeñas (2021) y 150 años después –Julio Vives Guerra-. Colaborador habitual de la revista La Vitrola y de El Envigadeño Medio de Comunicación, publicaciones de Envigado.

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