La “tertulia de los Díez”

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Por Jaime Alberto Palacio Escobar*
Fotos Cortesía

El domingo a las cinco de la tarde sonaban los primeros acordes de la bandola de don Rodrigo Díez Restrepo. A su lado también estaba su hermano Luis Eduardo, a quien en la familia llamaban el “tío Nevardo” y en la calle “Polilla”, eximio requintista. Bastaba que los dos empezaran a tocar para que se iniciara una tertulia musical que se realizó ininterrumpidamente por más de 30 años, todos los domingos hasta las nueve de la noche, en la entrada de la casa de la familia Díez Henao, en el barrio José Félix de Restrepo en Envigado.
Al instante se sumaban Rodrigo y Jairo, ya en el camino de consolidarse como artistas. Un dúo que se volvía cuarteto y éste un sexteto y, de a poco, toda una agrupación musical, en la que su sumaban talentos y variadas técnicas para tocar instrumentos de cuerda, cantar como solistas, hacer coros. En algún momento de la velada aparecía la fulgurante voz de doña Angélica Henao, la madre del hogar, su presencia y su sensibilidad le daban un tono sublime al encuentro. Los vecinos del barrio, los transeúntes, se deleitaban cada domingo con semejante explosión de sonidos propios de una propuesta musical inspirada en la estética de don Rodrigo, él les exigía máxima calidad a las interpretaciones de sus hijos a los que se esmeró por enseñarles durante mucho tiempo los secretos de los instrumentos de cuerda.

Memorable
Todos los hijos mayores y, desde muy niño Gustavo, hicieron parte de esa iniciativa familiar que trascendió en el barrio y con los años, entre los cultores de la música andina colombiana. Para hacer parte de esa experiencia tan maravillosa estuvieron en varias ocasiones artistas de la talla de María Isabel Saavedra, John Jairo Torres de la Pava, José Luis Martínez, las Hermanitas Calle, todas esas figuras tenían contacto de alguna manera con uno u otro de los músicos Díez. La mejor manera de expresarles ese afecto fue su participación en una de las tantas sesiones al lado de la familia en pleno. Solos o con la presencia de los ilustres visitantes, sonaban con mucha frecuencia las piezas más apetecidas por todos, de las que cabe recordar estos títulos: Mantelito Blanco, De regreso al hogar, Ya para qué, Rayito de luna, ¿A quién engañas abuelo?, Papá, La Cumparsita y Las Violetas, entre otras clásicas de la discografía nacional.

Una hermosa influencia
Don Rodrigo fue muy buen músico, también fue obrero en la fábrica de Rosellón, zapatero y peluquero. Es que para levantar doce hijos había que hacer muchas cosas, además de tañer la bandola. De todos esos oficios aprendió lo que se necesitaba para ser un patriarca en el que toda la familia se inspiró. Su influencia, el ejemplo, el amor por el arte, hizo que muchos de esa descendencia hicieran de la música su ser y su quehacer profesional: Jairo músico y por mucho tiempo exitoso fonomímico (todos en Envigado recordamos su versión del “5y6” de Daniel Santos); Rodrigo, ampliamente reconocido en el medio como precursor del formato de instrumentos electrónicos para la interpretación de la música popular; Alberto, locutor; Carlos Mario, buen músico y mejor ingeniero o viceversa; Gustavo, el más destacado de la familia, como guitarrista, compositor y director ampliamente conocido en el circuito de la música andina, actividad a la que renunció para dedicar su saber y experiencia a la formación profesional de jóvenes músicos y Héctor Fabio, que optó por el servicio a la comunidad desde la vocación sacerdotal. Ellos y los otros hijos hacen parte de esta magia musical y ejemplo de familia con propósito inspirador común que, a través del tiempo, trascendieron, con la convicción de haber recibido de sus padres el mejor legado: vivir de, en y por la música. Tal legado dignifica, hasta el punto en que la herencia no ha parado, pues una de las nietas, María Isabel Díez, deslumbra con su voz y preparación técnica en certámenes de música colombiana, mucho más con su reciente trabajo académico sobre los pasillos tristes grabados con su tío Gustavo.
Ese hogar, en medio de las vicisitudes propias de una numerosa familia, se llenó de estética musical, la impregnó en cada hijo y se convirtió en un sello de identidad familiar que, hoy muchos años después, queda en la memoria musical de la ciudad con un CD con las piezas más representativas de las inmortales “tertulias de los Díez”.

*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012); Envigadeñas (2021) y 150 años después –Julio Vives Guerra-. Colaborador habitual de la revista La Vitrola y de El Envigadeño Medio de Comunicación, publicaciones de Envigado.

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