Débora Arango sigue viva en Casablanca

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Por Ana Isabel Rivera Posada*
Débora Arango Pérez era cuidadosa, tanto en su vida personal como en la pintura. No dejaba nada al azar. Eso, además de una inmensa belleza en cada mueble o rincón, más el coraje de una mujer amorosa, es lo que se siente en su amada Casablanca, en el Barrio San Marcos, en la entrada a Envigado, hoy convertida en museo. Es como si el tiempo se hubiera detenido en el enorme caserón que, en los tiempos antiguos, era la única referencia física para saber que alguien había llegado a Envigado.
La casa fue construida en 1860 por el abuelo de Débora, José Arango, quien determinó que sería el regalo de bodas de su hijo Cástor. Cuando estuvo en edad de casarse y junto con Elvira su esposa, ocuparon la residencia y allí tuvieron 11 hijos (cinco hombres, seis mujeres), siendo Débora la séptima.

Los muebles y los detalles son parte de la creatividad de Débora.

De Envigado, desde 2017
Gracias a un convenio interadministrativo firmado a finales de 2017, la casa fue comprada a la heredera de la pintora, por un total de 13.500 millones de pesos. Para dicho convenio, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá aportó $6.750 millones; el Municipio de Envigado, $5.750 millones y el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia, $1.000 millones.
La casa, con una extensión de 579 metros cuadrados, es custodiada por el Municipio de Envigado y fue entregada en su momento (2017) con su mobiliario original y todo lo que tenía la maestra en dicho espacio. Entonces, la familia donó 600 bienes muebles, entre dotación, mobiliario, enseres y obras originales como tres óleos, dos acuarelas y 30 dibujos, además de inmuebles por adhesión, como zócalos y cerámicas intervenidas por Débora, además dos murales pintados por ella en el garaje.

Una vista desde la entrada hacia el interior de la casa.

Patrimonio del amor
Para el historiador Carlos Gaviria Ríos, adscrito a la Casa de la Cultura de Envigado y quien guía las visitas a Casablanca, esta edificación ubicada en el corazón de la Ciudad Señorial es el “Patrimonio del Amor”. Lo afirma por todos los detalles a su interior, cuidadosamente escogidos y trabajados por Débora, pero además porque, en principio, la casa fue construida como un gesto de amor del abuelo al padre de Débora. “En esa casa Débora vivió tristezas, aventuras, alegrías. Todos estos jardines son la forma en que Débora conservó el recuerdo de la casa durante su infancia y el recuerdo de sus padres. Es muy raro encontrar una casa así en el Valle de Aburrá, porque los antioqueños han sido muy agresivos con su patrimonio. Débora a toda costa decidió ahorrar para conservar la casa y se preservó gracias a que Débora puso en ella una fuerte carga de sentimientos”, dice Gaviria Ríos.
Tal y como lo cuenta, la pintora ahorró durante 35 años para comprar, a pedacitos, los derechos que por herencia recibieron sus hermanos y algunos otros familiares cercanos. Esos ‘empates’ jurídicos se notan en la escritura. “Cuando recibía buenos ingresos, de una bienal, una exposición en Europa, compraba un local en Medellín para que ese local le diera un arriendo y con ese arriendo ahorrar para la casa. Los documentos, las escrituras de la casa muestran cómo compraba un pedacito hoy, dos años después otro pedacito, 10 años después dos pedacitos más, cinco años después medio pedazo, porque conforme se fue volviendo famosa fue ganando un poco más de dinero y pudo comprar la casa”, afirma el historiador.
Al tener el 100% de la propiedad, pudo dejar la casa a su sobrina Cecilia, cuando murió en 2005, a la edad de 98 años. Ella era para Débora la persona que más valoraba la casa y que tenía interés en proteger su patrimonio. Con este panorama, con la propiedad en manos de una sola persona, fue más fácil para los entes públicos comprarla. Hasta en eso fue visionaria Débora.

Buena parte de las orquídeas sembradas en este jardín fueron sembradas por ella y algunas otras traídas de sus viajes a diferentes países.

Una pintora con alma social
Durante las visitas guiadas se narran muchas historias alrededor de la vida de Débora Arango Pérez en esta casa. Llama la atención la pasión con que Carlos Gaviria Ríos cuenta los detalles de su personalidad o de su incursión en el mundo de la pintura, un escenario absolutamente machista para la época de comienzos del siglo XX. “La casa no es un monumento a la obra de Débora Arango, ni a su personalidad, todo es para conservar la casa y, a través de la casa, el recuerdo del abuelo, de los padres, de los hermanos y de lo que aquí vivieron, porque la casa es un patrimonio del amor. El verdadero sentido de conservación de la casa es el amor y por eso sobrevive. Ella en esta casa alimentó sus ideas, conoció lo que pasaba en el exterior, conoció las luchas de las mujeres y empezó a pintar la desigualdad social que, hasta ese momento, nadie había considerado pintar”, dice. “Desde su bachillerato comenzó a demostrar que tenía una gran capacidad artística. Ella volcó su capacidad artística luego en Bellas Artes para ser una voz de derechos civiles de las mujeres y, aunque no fue precisamente feminista, sí defendió con carácter los derechos de las mujeres y de las obreras”, agrega.

Las pinturas que hay en la casa no son originales, pues éstas se encuentran custodiadas por el Museo de Arte Moderno de Medellín.

Los desnudos y la Iglesia
“A ella la excomulgaron por su enfrentamiento con la corrupción de la Iglesia, no por los desnudos y se decía que sólo pintaba desnudos, lo cual no es cierto. Los desnudos fueron una etapa dentro de una gran gama de elementos que aportan a la obra de Débora. Débora tiene una obra política, poética, fisionómica, de desnudos, ella utiliza todos esos elementos para entregar un mensaje conceptual que haga que su sociedad tome conciencia sobre elementos que antes no se discutían.
En su generación, ella fue la primera en pintar la desigualdad social. Fue la primera que utilizó el desnudo femenino como un arma para mostrar dolor no para expresar eroticidad. Y más allá de eso, usó el desnudo femenino para mostrar fragilidad, dolor, indefensión o vulnerabilidad”, señala Carlos Gaviria Ríos.
Empezó a pintar muy joven y era una mujer con una gran conciencia. “Cuando nadie pintaba a los pobres, para el arte no existían y no se hablaba de esos temas, ella quería visibilizarlos, para ayudar, apenas con 21 años”, afirma.

El historiador Carlos Gaviria Ríos narra con entusiasmo los episodios relevantes de la vida de Débora, en los que siempre se mostró como una mujer con gran carácter, a pesar de ser muy dulce como ser humano.

Mucha historia
Son muchas las anécdotas que Carlos Gaviria Ríos cuenta en el tiempo que dura el recorrido pero no se las vamos a contar para no dañarles la sorpresa y que se animen a visitar este patrimonio de Envigado.
En una futura nota periodística, les contaremos sobre las acciones para la conservación de la casa, que tiene algunos rastros de deterioro en su fachada. También sobre los planes que tiene la Alcaldía de Envigado con este museo.
En la actualidad se programan visitas guiadas de lunes a viernes entre las 2:00 p. m. y las 5:00 p. m. Para ello se pueden inscribir en la Casa de la Cultura de Envigado, en el teléfono 339 40 00 extensiones 4079 – 4427.

*Comunicadora Social-Periodista, con 33 años de experiencia profesional y actual directora de El Envigadeño Medio de Comunicación.

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