El muerto amaneció solo

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Por Jaime Alberto Palacio Escobar*

Bien entrada la noche de un viernes cualquiera, Álvaro se dirigía a su casa en la Carrera 41 del Barrio Guanteros de Envigado. Salió del parque por calles oscuras, pues todo el alumbrado público lo apagaban a las 10 pm. Al llegar a su cuadra, le llamó la atención que, en medio de la oscuridad, había una casa con la puerta y las ventanas abiertas, las luces de la sala estaban encendidas.
Se asomó y vio a Rosa la vecina, a la que apodaban ‘La Carrica’, al lado de un féretro soportado en cuatro taburetes. En la cabecera de la caja mortuoria, dos velones rojos prendidos, metidos en frascos de café instantáneo, cuya luz daba una sensación de ambiente lúgubre. Al otro lado de la sala estaba su hija Ángela acostada en dos sillas con un ronquido tan sonoro que contrastaba con el silencio del lugar.

Foto tomada de Pixabay.

¿Qué fue?
-Rosa ¿qué pasó?, preguntó Álvaro.- Nada mijo, es que un amigo de Jesús le pidió que si le podía hacer el favor de velar y enterrar a un conocido que se murió y él no lo podía hacer. Esta tarde lo trajeron de la funeraria. ¿De dónde es y cómo se llama?, volvió a preguntar. Ella suspendió el rezo del rosario y contestó: – Ni sé quién es, ni de dónde lo trajeron, aunque creí escuchar que venían de un municipio del Valle. – ¿Y Jesús dónde está? -Se fue a pescar con los hijos y me dijo que se lo atendiera y le dije que sí. Álvaro, sin salir de su asombro, siguió a su casa y en minutos regresó con Doña Maruja, su madre, reconocida en el barrio por su infinita solidaridad y compasión por los otros. Los tres oraron por largo rato hasta que los venció el cansancio. Rosa se recostó en su cama, su hija hizo lo mismo, los dos vecinos cerraron la puerta y se fueron, aunque las ventanas quedaron abiertas y las luces prendidas. El muerto amaneció solo.

Foto tomada de Pixabay.

Sin deudos
La misa y el entierro no fueron distintos a la velación: Rosa, su hija, los vecinos Ramírez y una que otra dama del municipio, de esas solidarias espontáneas con los difuntos que siempre aparecen en los momentos más oportunos. Del muerto solo se supo su nombre en la madrugada, los mismos de la funeraria trajeron dos carteles, uno para la puerta de la casa de ‘La Carrica’ y otro para la entrada de la iglesia. Sorpresa grande en el barrio, no solamente nadie lo conocía, sino que ninguno entendía el gesto de Rosa con su esposo, de éste con su amigo y de aquel con el fallecido.
Al terminar la noche de ese día llegó Jesús con sus hijos, todos traían sartas de pescados en sus manos. La saludó y de una le preguntó: – ¿Mi amor, si velaste y enterraste al conocido de mi amigo?

*Envigadeño raizal, nacido en 1958. Autor de los libros: Al final de cuentas, qué hacemos en Gestión Humana (2008); La paz laboral, costo o inversión (2012) y Envigadeñas (2021). Colaborador habitual del periódico Órbita, la revista La Vitrola y El Envigadeño Medio de Comunicación, publicaciones de Envigado.

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